Mariapi Melvairë, guía del Monasterio |
Me
llamo María Pilar. Tengo 28 años y soy de Valencia. Estudié ingeniería
agrícola, enología, cocina, costura… Pero en realidad soy una enamorada del
arte y la belleza. He tenido la inmensa suerte de formar parte del equipo de
guías voluntarios del Monasterio de Santa María de la Vid. “La estética es una
proyección de la espiritualidad” me decía uno de los padres agustinos en una de
las tantas conversaciones maravillosas que allí tienen lugar. Esta frase me
hizo reflexionar, pues definía a la perfección lo que yo he sentido entre esos
muros. Pero no podía quedarme con lo que yo sentía o recibía… ¡tenía que
compartirlo con los visitantes! Y ese ha sido mi mayor regalo: descubrir la
alegría de dar. Nuestro Padre del cielo nos colma de bienes físicos y espirituales,
quizás los más sutiles de descubrir, y sin embargo los que nos hacen sentir
mayor plenitud y agradecimiento. Pero nos pide que lo que se nos ha dado de
manera gratuita y con tanto amor, dé su fruto y sea compartido con todo el
mundo.
Yo
he recibido en este lugar mucho más de lo que hubiese imaginado. Con la
comunidad, me he sentido acogida y querida. Me han enseñado anécdotas con mucho
cariño para poderlas transmitir en las guías. Han compartido su sabiduría y su
alegría conmigo. Por otro lado sus labores en silencio y los momentos de
oración, también son una experiencia llena de aprendizajes. También la gente
hospedada y la convivencia han sido muy enriquecedoras. Todo ello, junto con el
entorno artístico, cultural y de bella naturaleza, se ensambla en el corazón.
De un modo sobrenatural las guías se convierten en un transmitir fluido más
allá de los datos técnicos, cronológicos o artísticos (los cuales, a su vez,
sirven de vital apoyo e hilo conductor). Los visitantes, que ya vienen con
buenas disposiciones, salen contentos y agradecidos, lo cual es muy motivador.
Pero me ha llegado a ocurrir que ellos mismos cuentan cosas fascinantes, datos
históricos que ellos o sus familias han vivido en el monasterio o en relación
al mismo. Algunos de ellos conocen el monasterio y vuelven como si un poder de
atracción les llevara de nuevo a alimentar el espíritu y los sentidos. Otros
quedan sorprendidos y asombrados ante tal descubrimiento. Y también los hay que
vienen como de paso, pero salen meditando. Y no es de extrañar, pues el
Monasterio de Santa María de la Vid tiene un “algo” que no deja a ningún alma
indiferente.
Después
de todo, si Dios quiere, volveré a repetir este precioso tesoro de las guías de
la Vid.
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