miércoles, 14 de noviembre de 2018

Aranda de Duero, una escapada a la cuna del lechazo.

Una guía, muy guía, para perezosos que solo quieren leer (y de un vistazo) aquello que les interesa de este destino en la Ruta del Vino Ribera del Duero.

Es la primera ciudad que uno encuentra al dejar Madrid por la A1 rumbo al norte. Parada técnica entre la capital y el País VascoAranda de Duero lleva tiempo reivindicando que es más que eso, que hace años que se ganó el título de destino en sí mismo.
La bendita ‘culpa’ la tiene, en parte, el Sonorama, que cada mes de agosto la convierte en objetivo para todos los indies de España. Sin embargo, no solo de música vive el hombre, por muy hípster que sea, y Aranda, con su propuesta cultural, patrimonial, vinícola y gastronómica, ha sabido seguirle el ritmo a este festival en su camino por recuperar quién sabe si el esplendor y la vida de los que hacía gala cuando Isabel, la que sería reina de Castilla, paseaba por sus calles.
Y es que Aranda lleva atesorando historia desde finales del siglo X, cuando, aprovechando los frutos que la Reconquista iba dando en la Meseta, los primeros habitantes de esta ciudad se asentaron en una elevación del terreno junto a la desembocadura del río Bañuelos en el Duero.
Porque sí, mucho se escucha hablar del Duero a su paso por Aranda, pero poco se dice de los otros dos ríos que la bañan: el Bañuelos y el Arandilla, y cuyas riberas bien merecen un paseo. Prueba a resistirte al césped del Parque La Isla mientras escuchas cómo discurre el Arandilla.
Pero no pensemos todavía en el descanso. La visita a esta localidad burgalesa comienza cruzando el Puente Mayor para alcanzar el centro histórico de Aranda.Construido entre los siglos XII y XIII sobre el río Duero, nos lleva directos hasta una Plaza Mayor a la que merece la pena llegar a primera hora, cuando aparece vacía y con la vida empezando a asomar en sus soportales de amplias arcadas. Su bonito templete de hierro forjado y una forma irregular que favorece la salida de numerosas callejuelas son sus señas de identidad.
Esta ciudad no rima con instrucciones ni con obligaciones de guía turística. Aranda se descubre a paseos por su calle Isilla, desembocando en la mítica Plaza del Trigoque así, vacía, parece menos grande que cuando cientos de festivaleros la abarrotan. ¿Ves esa casa de color ocre? Su estructura representa tan a la perfección la arquitectura tradicional de la zona que fue reproducida en el Poble Espanyol de Barcelona.
Y suma y sigue, porque a pocos metros uno se encuentra con Santa María La Real y su imponente fachada gótica, donde puede contemplarse su mítico retablo en piedra.
Desde ahí, irremediablemente, el Barrio de San Juan llamará nuestra atención.Fíjate en las cornisas y en su decoración porque en ellas está la clave para encontrar la Casa de las Bolas, esa que las crónicas cuentan que en su día alojó a Isabel, años antes de convertirse en la Católica. En la actualidad, su arquitectura interior nada tiene que ver con la de finales del siglo XV y alberga la colección artística que Félix Cañada, vecino de Aranda durante su infancia, decidió donar a la ciudad.
Cerca encontramos la Iglesia de San Juan, una de las primeras construcciones que se levantó en lo que era la aldea de Aranda allá por el siglo X. De hecho, parte del edificio data de esa época. Concretamente la torre-campanario, que en su época cumplía con labores defensivas.
Actualmente es el Museo Sacro de la ciudad donde, entre otras, cosas se pueden ver las tablas de los que fueron los relieves originales de las puertas de la Iglesia de Santa María La Real.
Así, de calle en calle, el visitante se topa con la plaza del Rollo, en la que se encuentra el Rollo Jurisdiccional (de ahí su nombre), un prisma de piedra de cuatro lados que durante el siglo XV se utilizaba para aplicar públicamente las penas. En esta misma plaza, se encuentra también el Palacio de los Berdugo, del siglo XVI, en el que se aprecia la arquitectura civil del renacimiento castellano.
Y, si bien Aranda gusta en superficie, también lo hace bajo tierra. La ciudad cuenta con siete kilómetros de bodegas subterráneas que antiguamente se comunicaban entre sí para trasladar el vino. Su construcción, bajo las casas para elaborar y conservar el vino, se sitúa entre los siglos XII y XVII.
Pero todo esto, te lo explicará a la perfección Beatriz Hernando, del centro de recepción de visitantes Ribiértete. Ella guiará tu descenso hasta la bodega del siglo XIII que alberga el Museo del Vino Ribera del Duero.
Copa en mano y rodeado de imágenes y útiles antiguos, aprenderás sobre los aromas del vino, recorrerás su historia en esta región y aprenderás sobre su elaboración: cómo se vendimiaba la uva y se llevaba hasta el lagar para pisarla y que después arrancara la fermentación. Todo ello, no lo olvides, a unos 10 metros de profundidad y muy, muy cerca de Santa María La Real.
DÓNDE COMER
En la cuna del lechazo podría calificarse hasta de desaire no dar buena cuenta de un cuarto de asado en alguno de los muchos restaurantes que lo sirven. De lo bueno, lo mejor. Por eso, apuntamos maneras reservando mesa en el mítico Casa Florencio(Teléfono 947.50.02.30).
Ubicado en el número 14 de la céntrica calle Isilla, este asador de apariencia castellana, lleva 65 años sirviendo en platos de arcilla el cordero recién salido de su horno de leña. Lo riegan, como no podía ser de otra forma, con vinos de las bodegas de la Ribera del Duero y lo preceden de raciones que preparan el camino para lo que vendrá después: morcilla de Aranda, pimientos rojos asados o chorizo cocido.
Aquí se come contundente y se deja espacio, sí o sí, para el postre. Irse de Casa Florencio sin probar su hojaldre relleno de nata o crema sería casi tan grave como visitar Aranda y no tomar lechazo.
Más allá de este plato imprescindible, las propuestas de sus mesas exigen, como mínimo, tres altos más en la ciudad. El primero, El 51 del Sol. No podemos (ni queremos) ocultarlo: nos gusta la cocina de David Izquierdo.
Nos gusta #ElTerruño, un menú que va cambiando cada temporada, pero siempre manteniendo una apuesta decidida por la tierra y el respeto a nuestras raíces, esas que hablan de una época en la que las abuelas cocinaban con leña y pucheros. Y, de los trece pases de su propuesta, nos atrae especialmente el congrio estilo Aranda, aire de azafrán y patata de Burgos y el pichón del Esgueva. Por cierto, sus torreznos serán otro de los motivos que te obliguen a volver una y otra vez.
Nuestra segunda parada nos lleva hasta La Pícara Gastroteca, a los pies de la Iglesia de Santa María La Real. Allí, las veladas saben a hamburguesa de sepia con cebolla caramelizada, salsa de tinta de calamar y emulsión marina. También a carrilleras ibéricas con reducción de Ribera del Duero y nido de patata azul.
En La Pícara, las veladas tienen muchos (y todos muy buenos) sabores que se riegan con una amplia carta de vinos, donde encontramos, por ejemplo, un maravilloso Talaia Crianza 2012; y se coronan con dos postres entre los que no podríamos escoger: el cremoso de tres chocolates y el meloso de queso, galleta hilada y láminas de chocolate. ¿El dato a tener en cuenta? Adaptan todos sus platos para celíacos.
Sí, ya vas comprobando que en Aranda se come algo más que no sea lechazo. Y sino que se lo digan a La Raspa, un restaurante que lleva siete años proponiéndose que el Mediterráneo se saboree en esta ciudad burgalesa.
Los chipirones al wok sobre guiso de garbanzos y oreja te pueden dar una pista de por dónde van. Su arroz con bogavante es exquisito y el calamar al horno con mejillones, sepia y perejil con salsa francesa a base de mantequilla y vino blanco ya te está haciendo salivar. Espera a probarlo in situ.
LAS COPAS
Que la música ocupa un lugar destacado en el Café Central de Aranda de Duero es algo que uno intuye nada más entrar y se topa en las paredes con guitarras de artistas míticos enmarcadas y firmadas por quienes fueran sus dueños.
No en vano su gerente, Javier Ajenjo, es el fundador del Sonorama y algo sabe de programar buena música: los 21 años de experiencia que le da el festival y los 30 en este local que apuesta por los conciertos, dando una oportunidad a grupos y djs emergentes, pero también por fiestas temáticas, karaokes, monólogos o lo que vaya surgiendo. Y creedme si os digo, que esta vidilla cultural se agradece especialmente cuando el invierno cae en Castilla (calle Sal, 9).
La Traviesa se va a todas horas, en su versión cafetería y en su versión pub, y se va a estar como en casa, a sentirse cómodo y cuidado. Porque si hay algo que les define es precisamente eso, su capacidad por hacerte sentir a gusto, empezando por el trato recibido, siguiendo por su carta de combinados, continuando por la música y monólogos que programan y terminando por una decoración en la que todo tiene un por qué. Si no, pregunta de dónde le viene el nombre (Plaza Santa María, 3).
DÓNDE DORMIR
Si has visitado la ciudad, es probable que el edificio monumental de grandes ventanales ubicado en el número 1 de la calle San Francisco haya llamado tu atención. Es bonito, señorial y de un blanco que deslumbra cuando le da el sol.
Es entonces, cuando uno se imagina amaneciendo allí, en el Hotel Villa de Aranda, en una de sus camas, tan inmensas y cómodas que dan ganas de adueñarse del mítico "¡No nos moverán!" de Verano Azul en el momento del check out. Cuando el tiempo acompaña, su terraza es de esas que invita a perder la noción del tiempo entre copas.
Que Aranda se visita en un día es cierto. Y en medio o, incluso, en unas horas. Ahora, que yendo de rally se pierde la capacidad de descubrir sin prisas la ciudad y de relacionarte con su gente también es un hecho.
odo depende del tiempo que quieras, o puedas, invertir y, por supuesto, del tipo de escapada que te pida el cuerpo. Si eres de los que gustan de tachar compulsivamente destinos y experiencias de una wishlist infinita, te conviene tomar nota de las opciones que te brindan sus alrededores.
Sí, el enoturismo es un clásico al que te puedes encomendar en bodegas como Dehesa de los Canónigos, donde en sus catas desmitifican y te enseñan a perderle el miedo al vino; Comenge y sus clases de química vinícola para explicarte cómo en su proceso de elaboración se emplean levaduras propias y no compradas; o Ismael Arroyo, con sus 700 metros de bodega subterránea que aprovecharon para guardar el vino bajo tierra en vez de construir un edificio.
El aire puro y la ausencia de asfalto se hacen un hueco en el Parque Natural de las Hoces del Riaza, donde reside una de las mayores colonias de cría de buitre leonado de Europa que puede descubrirse siguiendo alguna de sus rutas de senderismo.
Lo rural, lo recoleto y lleno de encanto tienen su máximo exponente en conocidos pueblos como Peñafiel y su mítico castillo-barco o Peñaranda de Duero y su aire medieval.
Menos famosos, pero no por ello carentes del encanto de lo auténtico tan ausente en estos días, son las pequeñas localidades que rodean a Aranda. Con algunas de sus casas de adobe todavía en pie y luchando por mantenerse con vida y no sucumbir a la despoblación, pueblos como Campillo de Aranda, Adrada de Haza, La Sequera de Haza, Moradillo de Roa o Castrillo de la Vega suponen una desconexión acelerada de la realidad y una encantadora toma de contacto con una realidad para muchos desconocida.
Ojo, que estas excursiones no nos sometan al estrés visitador de las guías turísticas no significa que no haya nada que ver. ¿Sabías que en Hontangas se encuentra entre rocas la famosa virgen de la Cueva? Pues eso, que llueva, que llueva…
Fuente: Traveler. 

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