Milagros (Burgos), 1913 – Burgos, 1999
-Muralista y pintor, en su obra se empeñó en reflejar el mundo campesino.
-En los años 50 fue elegido en un concurso internacional para decorar los interiores del edificio de la ONU en Nueva York.
-Su legado se puede contemplar en México, Puerto Rico y Ginebra, entre otros lugares.
José Vela Zanetti (Milagros, Burgos, 1913-Burgos, 1999) aprovechó en sus primeros años el prestigio de su padre, el veterinario y profesor Nicostrato Vela (1888-1936), para contar con los mejores tutores: En León, Lucas Pérez Morales o Modesto Cadenas, y en Madrid, Manuel Bartolomé Cossío y José Ramón Zaragoza. Con Cadenas, secretario de la Casa del Pueblo, expuso en el Palacio de los Guzmanes (sede de las Diputación), para celebrar el triunfo republicano. Luego hizo los murales de la Casa del Pueblo, destruidos por los falangistas que ocuparon el edificio para su periódico, con asuntos gremiales: la mina, el trabajo de la tierra, las faenas del mar, las labores de la construcción. En aquellos años pinta al fresco el mural ‘Los Miserables’, en la taberna El Bodegón de la calle del Cid. Tres décadas después, Francisco Umbral visita el chigre, en su ‘Crónica de las tabernas leonesas’ (1962), y encuentra a un parroquiano que rasca el yeso con la uña persiguiendo los colores encalados de Vela. Viaje de estudios a Italia, becado por la Diputación republicana, más murales en las cantinas escolares del Monte San Isidro, donde ejerce como profesor estival de dibujo, y una estancia en Lisboa. La muerte del padre, fusilado en 1936. Pasa la guerra como soldado en los frentes de la cultura y en la salvaguarda de los tesoros artísticos.
EXILIO EN SANTO DOMINGO
En 1939 llega a la República Dominicana y cinco años más tarde recibe la Medalla de Oro de su Centenario. En 1949 lo nombran director de la Escuela Nacional de Bellas Artes de Santo Domingo. Al salir de España, se había casado con la polaca Sacha Goldberg y tuvieron dos hijas mellizas. En enero de 1954, vuelve a casarse con la leonesa Esperanza de las Cuevas, que había pasado los siete años anteriores como traductora en Basilea. Vicente Lloréns, Vázquez Montalbán y Vargas Llosa, en ‘La fiesta del chivo’, dan noticia de un primer tramo de exilio con honores y condecoraciones del dictador Trujillo. En la isla prodiga telas, tablas, cerámicas adosadas a los muros, apenas frescos. Se suceden fieras devastaciones a su alrededor, pero en medio del temporal sigue siendo “un recio cardo”. Desde el Caribe se escribe con los supervivientes de la hecatombe: Romero Flores y Crémer. También con Gordón Ordás.
EL MURAL DE LA ONU
Los cincuenta fueron una época propensa a la mitificación, tan querida en los páramos franquistas. Entonces se repite que Vela ha ganado un concurso internacional para decorar los interiores del edificio de la ONU en Nueva York. En aquel mismo impulso se instalaron en la sede de Naciones Unidas los murales de Léger, la obra del noruego Krohg, que ocupa “la pared más importante del Consejo”, y los murales sobre la guerra y la paz del brasileño Portinari, que dan lustre a la entrada principal. El mural de Vela cubre una pared curva de un pasillo, frente a un gran ventanal corrido. Durante su trabajo en la ONU lo visitan Juan Negrín, Gordón Ordás con Galíndez y otros republicanos. Gordón, que mantiene con él una correspondencia guadiánica, le tira en un encuentro el dardo de que le han dicho “que se hizo usted franquista”. En los cincuenta, Vela expone y pinta murales en México, en Puerto Rico, en Ginebra. ‘Su Riña de gallos’ obtiene el premio de dibujo en la Bienal organizada por Leopoldo Panero en Barcelona. En la OIT Vela deja ‘El trabajo en el trópico’, antes de regresar a España. En Barajas, el 27 de marzo de 1960, le espera, junto a la familia, Leopoldo Panero.
LOS PEAJES DEL RETORNO
En 1964 León le dedica la exposición del reencuentro en el Palacio de los Guzmanes, inaugurada por autoridades civiles y militares. Aprovechando aquel aire, colocó un lote de veinte cuadros en la pinacoteca del Hostal de San Marcos. Y de León a Burgos, donde trabaja para la Diputación y el Ayuntamiento: ‘La fundación de Castilla’, en el Arco de Santa María. Estos paneles del pasado teatralizan aspectos tópicos del anecdotario histórico. En el plano estético, va reiterando los valores formales y de concepción de la obra del exilio. El mismo aroma de epopeya, aunque sean asuntos domésticos los que transitan por sus muros poblados de personajes y símbolos primarios. Una vez agotada la clientela del gran formato mural en León y Burgos, se multiplica en el caballete, aunque la estética recorre los mismos senderos. Cambian únicamente los temas, del Cristo al gallo, del héroe a la hogaza, del guerrero al humilde y renegrido labrador. Pasa de la épica lugareña a un mundo rural de diario. Animales domésticos, muchos gallos, hombres y mujeres del terruño, paisajes de siega y siembra, bodegones. Personajes humildes en su laboreo, espacios teñidos por la decrepitud y a veces la miseria. Botijos, alforjas, azadones y gallos. Entonces propaga un inmenso gallinero, que reparte sus enhiestos ejemplares por los salones burgueses de León y Burgos.
En 1968 se instala en Milagros, hace los murales para Plaza y Janés, da una segunda vuelta por León (colegio San José; colegio Leonés, a cambio del escudo de los Velasco, que traslada a Milagros; Divino Obrero), ingresa en la Academia de San Fernando (1985) y recibe el Premio Castilla y León. Luego anunció unas memorias que iba a titular ‘Escrito sobre ceniza', pero nunca se sentó a escribirlas. Poco antes de morir, entregó a Caja España un Gaudí de calendario. Ya era el final, con una fundación en Corral de Villapérez a la que apenas va gente, mientras los museos con obra suya la esconden en los depósitos. Recluido en Milagros, dispuso que sus pavesas se entregaran al leonés Bernesga, que ya no es el río cristalino que enamoró a Jovellanos y fascinó al personaje itinerante de Yourcenar.
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