domingo, 21 de junio de 2015

Carlos Collantes, vocación Ribera del Duero Burgalesa

Carlos Collantes Díez, Javeriano. Provincial de los misioneros Javerianos de España. Área Misiones CONFER. 
Nació en Aranda de Duero (Burgos) en 1954 y desde muy pequeño supo que quería ser sacerdote. Carlos Collantes se ordenó en 1979, pero antes ya sintió curiosidad por ayudar a la gente más desfavorecida de los lugares más pobres del mundo. 
Entrevista para Manos Unidas:
¿Cuál es la misión de la congregación de los Javerianos? -Somos una congregación que promulga el primer anuncio del Evangelio, es decir, la fe en Jesucristo. Nosotros empezamos a trabajar en China porque allí murió San Francisco Javier, que fundó nuestra hermandad. Poco a poco comenzamos a extendernos y, en estos momentos, nos encontramos en todas las partes del mundo. Promulgamos la fe en Jesús y lo hacemos en los lugares donde falta justicia y donde no se conoce la palabra de Dios. -¿Cuándo descubrió su vocación por ser misionero? 
-Primero me ordené sacerdote y pensé en quedarme en mi tierra. Cuando estaba estudiando en el seminario trabajé con jóvenes misioneros. Fue ahí cuando me empezó a entrar el gusanillo, porque comprendí que había lugares donde hacía falta que yo estuviera para ayudar. La verdad es que leer el evangelio y ver la realidad social que te rodea ayuda mucho en la vida. 
-Ha dedicado su vida a ayudar a los más necesitados. ¿Cree que es posible que se acabe el problema de la pobreza en el mundo algún día? 
 -Ojalá se acabe. Nosotros luchamos cada día por conseguirlo, pero el problema que existe es que hay intereses opuestos. Con el mensaje cristiano decimos que Jesús vino a anunciar el reino de Dios. Nuestra misión es llegar a ese reino. Somos conscientes de que, en cierta parte, es una utopía, pero que motiva a vivir con esperanza y a luchar por una sociedad más justa y más fraterna. Eso nos mantiene vivos. 
-Supongo que habrá estado en todo tipo de lugares y que tendrá muchas experiencias inolvidables... 
 -La verdad es que siempre he estado en Camerún. Allí permanecí catorce años. Lo primero que hacemos cuando llegamos a un sitio es aprender el idioma, que no significa aprender palabras, sino ver una realidad distinta que amplía tus horizontes. Allí conviví con muchas personas que lo han pasado muy mal. Cuando ves eso de cerca, acabas humanizándote, porque toda esa gente te aporta mucho. Son pobres y no se desaniman, y eso te llega al corazón.

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